Las sospechas del crimen del ministro Rojas, amigo del gremialista Barrionuevo interpelan al poder de Catamarca
Sociedad28/01/2023

San Fernando del Valle de Catamarca . - El sábado 3 de diciembre pasado, en la mañana o sobre el mediodía, nadie lo sabe, murió Juan Carlos Rojas. Ese día lo velaron a cajón cerrado y la sociedad acercó sus condolencias. El lunes a la mañana, todo estaba preparado para retirar el féretro y cremar el cuerpo.
Pero cuando las coronas estaban arriba del auto que las transportaría al cementerio, hubo un anuncio al lado del cajón. Poco después se supo que la causa del deceso había sido un «traumatismo de cráneo encefálico y un hematoma subdural» provocado por un elemento no filoso. La Justicia se llevó luego el cajón y se realizó una segunda autopsia. Desde entonces, se investiga un asesinato.
La escena describe, a grandes rasgos, aquellos días de inicios de diciembre en los que apareció muerto Rojas, entonces ministro de Desarrollo Social de Catamarca. El hombre no solo era miembro del gabinete del gobernador Raúl Jalil, sino que además, era el secretario general provincial de la Unión de Trabajadores Gastronómicos de la República Argentina, , el poderoso gremio que maneja a nivel nacional el siempre presente Luis Barrionuevo. Aquel personaje que se paró al lado del cajón y anunció un asesinato fue Barrionuevo. Rojas era un hombre de confianza de Barrionuevo.
Tan cercano le es el cargo que después del asesinato de Rojas, asumió Gonzalo Mascheroni, sobrino de Luis Barrionuevo, hijo de una de sus hermanas. Desde aquel 3 de diciembre, San Fernando del Valle de Catamarca se sumió en la desconfianza, las redes de complicidades, la desprolijidad judicial, los rumores y, sobre todo, el miedo. De hecho, el fiscal que dejó pasar ni más ni menos que un asesinato de un palazo en la cabeza de un ministro, Laureano Palacios, tiene un pedido de juicio político impulsado por la oposición. Sucede que en Catamarca los jueces y fiscales no son elegidos por un Consejo de la Magistratura.
Jalil desarmó el que funcionaba el año pasado y los judiciales son elegidos de una terna que envía el Senado al gobernador. Gestión Jalil. Por ahora, aquel poder que todo lo puede en Catamarca se encargó de que la investigación judicial se haga pocas preguntas sobre algún móvil político detrás de la muerte del sindicalista y funcionario. En las 3200 páginas de la causa, los fiscales se han abocado a buscar pruebas para detener a una empleada del sindicato que alguna vez ayudó con las tareas de la casa al fallecido funcionario.
Los hechos
El sábado 3 de diciembre, entre las 7 y las 8 de la mañana, Rojas mantuvo una comunicación por mensajes con Nieva, la empleada que trabajaba en el gremio de gastronómicos. Según datos de la causa y el testimonio de la empleada, fue ella quien le preguntó cuándo podía pasar. Pocos días después, cuando la causa avanzó sobre los celulares, se determinó que alguien ingresó al sistema de mensajes WhatsApp del teléfono de Rojas. Los últimos mensajes que Nieva le envió no fueron leídos.
Ese es uno de los grandes interrogantes de la causa. A las 12.15 del domingo, Carlos Fernando Rojas, hijo de Juan Carlos, de 45 años, ingresó a la casa de su padre. En la causa afirmó que el celular se encontraba en el suelo, a unos centímetros de la víctima. Antes de arrojar agua sobre el cuerpo, «lo subió a una pared de pequeña altura, que divide una galería con el jardín o huerta del fondo de la vivienda».
En la causa está detallado cómo se manipuló la escena, quizá, producto de la desesperación y el shock. Fernando lavó con agua el cuerpo de su padre y, a su vez, intentó limpiar el escenario, repleto de sangre. Fernando llamó a Natalia, su hermana menor. « Ayudame por favor, ayudame, no sé a quién más llamar», le dijo Fernando, a las 12.18 a José Vega, otro miembro del sindicato que llegó a la escena del crimen antes que la policía.
El sindicalista, que también responde a Barrionuevo , sucedió a Rojas como secretario general, afirmó que el hijo del exministro «estaba muy nervioso, llorando, desesperado» y que movía el cuerpo de su padre como queriéndolo despertar. « Se le notaban los dedos de los pies contraídos, cruzados, los brazos flexionados con las yemas de los dedos hacia adelante, el cuerpo estaba muy duro, frio, tenía varias partes del cuerpo moradas, la cara del lado izquierdo hundida, y al lado del cuerpo había una mancha de sangre de unos 40 a 50 centímetros», describió Vega. En un momento regresó con un balde y con trapos para limpiar la sangre que ya estaba seca. Vega le dijo que no toque nada más y le preguntó si había llamado a la policía.
Fue la primera noticia de lo que había sucedido en Catamarca.
¿Torpezas o complicidades?
Poco después de que llegó la policía, alguien dio la orden de limpiar. Tal fue el desparramo que en días posteriores, cuando hicieron una pericia con químicos reactivos a la sangre, encontraron que había restos en varios lugares y no solo en la escena originaria. A las 18, una camioneta de bomberos se llevó el cuerpo. Recién entonces dejaron entrar a la hija al domicilio.
Según contó a la Justicia, un policía autorizó a que limpiaran el lugar. La escena ya estaba absolutamente intervenida. Fue la hija quien permaneció en la morgue. Mientras tanto, en el sindicato, todo se aprestaba para el velorio de su secretario general.
La política local llegó esa noche al gremio ubicado en la calle Prado para velar a Rojas. El gobernador y Barrionuevo fueron juntos. Pasadas las 22.30, hubo una reunión en el primer piso del sindicato. Además de Barrionuevo y Jalil, estaban Enrique Altier y Crisanto Jayme, dos directivos del gremio, Mariano Paz, un abogado que no es de la provincia, y Sandra Barrionuevo, hija de Luis.
A las 9.30 del lunes, cuando estaba todo listo para que se llevaran el cuerpo al cementerio para cremarlo, llegó el inquietante anuncio. Dentro del sindicato, Barrionuevo dio un discurso frente al cajón. «Rojitas no falleció de muerte natural», afirmó. Inmediatamente tomó la palabra Jalil.
«Él no decía nunca no a nada y siempre solucionaba problemas», rescató sin mencionar nada de la causa de muerte. Posteriormente, llegó un oficial de Justicia y el cuerpo cambió el destino ya que regresó a la morgue para una segunda autopsia.
Las sospechas
Los días que siguieron fueron determinantes en la búsqueda de un culpable. En la familia consideran que la muerte de Rojas tiene que ver con sus tareas en el Ministerio de Desarrollo Social. «Quiero decir que con el pasar de los días voy teniendo diferentes teorías sobre lo sucedido con mi padre llegué a mi conclusión más fuerte de que la muerte está relacionada con algo referido a su trabajo». Según pudo saber LA NACION, ella declaró que que su padre estaba presionado por la gobernación ya que no le facilitaban los fondos para algunos proyectos.
De hecho, pocos días antes de morir, ese tema, entre otros, lo trajo a Buenos Aires a reunirse con la ministra del área, Victoria Tolosa Paz. La Justicia, parece, tampoco se entusiasma con investigar más allá de la mujer y el hijo que lo encontró. Apuntó con fiereza a la empleada del sindicato que fue la última que habló con él. La detuvieron después de que la policía la tuvo toda la noche en una comisaría, sentada y sin que pudiera ir al baño.
En su contra, además de las comunicaciones, tienen una foto de una cámara ubicada a 200 metros de la casa de Rojas en la que se ve pasar una mujer. Tras siete días de reclusión la tuvieron que liberar porque el escrito mediante el que se dictó la prisión preventiva estaba sin firmar. Todo es hermetismo por estos días en la provincia. Barrionuevo, que tampoco respondió, es otro que puede saber algo más.
Mientras tanto, colocó a su sobrino como ministro y volvió al silencio después de patear el tablero en el velorio. Se mantiene concentrado en la pelea que tiene con su excuñado, Dante Camaño, por la dirigencia de la filial porteña del sindicato. Impugnó una elección que perdió y ahora la última palabra la tiene la Justicia. En su entorno dicen que la causa está «cocinada» y festejan una relación remozada con el Gobierno, en particular, con el ministro del Interior, Eduardo «Wado» de Pedro.
En Catamarca, lejos de los silencios políticos y de los viajes de Jalil a Buenos Aires para embestir contra la Corte Suprema, una familia reclama justicia para su padre. Y con la voz que le queda, una mujer acusada de asesinato dice que no cometió el crimen que le endilgan.