Jesús y la tentación del poder. El hombre que eligió la libertad antes que el mundo.
Primera entrega de Aprendamos del Pasado, la nueva sección de Realidad Catamarca donde exploramos a los grandes personajes de la historia y su lucha por la libertad. En esta ocasión revivimos la escena más decisiva de Jesús en el desierto, la tentación del poder absoluto y la elección de perderlo todo antes que entregar su voluntad. Una enseñanza eterna sobre el valor de la libertad frente al dominio del Estado.
Aprendamos del pasado28/07/2025

El desierto no era un paisaje espiritual. Era polvo que se pegaba en la boca seca, viento que quemaba los ojos, un sol que te hace delirar. Cuarenta días y cuarenta noches sin pan ni agua. Hambre que hace temblar las manos, cansancio que hace ver sombras. Cualquier hombre, en ese punto, se arrodillaría ante una migaja.
Y ahí aparece la voz. No es un monstruo ni una figura de miedo, sino la tentación hecha palabra:
“Si sos Hijo de Dios, convertí estas piedras en pan. Usá tu poder para saciarte. Usá tu poder para sobrevivir.”
No era solo hambre, era el primer veneno, la manipulación de la necesidad. El diablo no estaba ofreciendo comida, estaba ofreciendo control. En política pasa igual, el poder siempre empieza dándote pan, subsidios, planes, seguridad falsa. Te llena el estómago para vaciarte la voluntad.
Jesús no cayó. No porque no tuviera hambre, sino porque entendió la trampa. “No solo de pan vive el hombre.” Con esas palabras destruyó la primera cadena, la del miedo a pasar hambre, la misma herramienta que el Estado usa para domesticar sociedades enteras.
Entonces lo lleva al punto más alto del templo. Le muestra la ciudad bajo sus pies. El bullicio del mercado, la gente como hormigas, los soldados patrullando. Y ahí la voz otra vez:
“Tirate. Los ángeles te van a salvar. Demostrá que sos intocable. Que nadie puede desafiarte. Que sos el elegido.”
Ese es el segundo veneno, el ego y el culto a la autoridad. No era un salto, era un símbolo, el poder que exige ser adorado. Es el Estado levantando estatuas de sí mismo, los líderes convirtiéndose en dioses de barro. Es la misma lógica que hoy vemos cuando los gobernantes se hacen dueños de la moral y la verdad, buscando que el pueblo los adore por miedo o por costumbre.
Jesús no cayó. No necesitaba probar nada. “No tentarás al Señor tu Dios.” No se arrodilló ante la vanidad, no construyó un altar de poder sobre las cabezas de la gente.
Ahí es donde aparece la última oferta. La más peligrosa. Lo lleva a una montaña. Una altura donde se ven todos los reinos, todas las ciudades, todo el mapa del mundo de entonces. Y en ese momento, la tentación se inclina sobre él y le susurra, intentando quebrarlo:
“Todo esto es tuyo. Todas las coronas. Todos los ejércitos. Todo el oro. Todos los hombres bajo tus pies. Solo inclinate ante mí.”
Ese es el veneno más puro, el Estado absoluto, el poder totalitario, la tentación de ser dueño del mundo. Es la misma que hoy los políticos aceptan cuando entregan libertad a cambio de controlarlo todo.
Jesús no negoció. No dudó. “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás.” En esa frase no hay religión, hay independencia. Es el grito de un hombre que entiende que la libertad interior vale más que cualquier trono.
En esa escena está todo, el hambre, el miedo, el ego, la promesa de control. Está el manual completo del poder y la respuesta más radical que un ser humano puede dar: “No.”
Jesús venció al diablo no con milagros ni con espadas, sino con algo mucho más peligroso para cualquier sistema, una voluntad que no se vende.
Hoy vivimos esa misma tentación. El Estado paternalista ofrece pan a cambio de silencio. Seguridad a cambio de obediencia. Promete salvarte si te inclinás. Los gobernantes se paran en sus templos políticos y exigen adoración. Y siempre, detrás de todo, está la voz diciendo: “Te doy todo, si entregás tu libertad.”
La escena del desierto es un espejo de lo que somos como sociedad. Por eso duele leerla. Por eso incomoda. Porque nos recuerda que cada vez que aceptamos cadenas cómodas, el diablo gana otra vez.
Jesús salió del desierto sin pan, sin corona, sin ejército. Pero salió libre. Y ese día el poder entendió que hay algo que no puede comprar, ni conquistar, ni matar, un hombre que elige la verdad antes que el trono.
Aprender del pasado es entender esto, ningún imperio se construye sin esclavos, pero ningún imperio sobrevive cuando un solo hombre se anima a decir “No te voy a adorar. Prefiero perder el mundo antes que perder mi libertad.”