San Juan Bautista, patrono de Catamarca: el hombre libre que enfrentó al poder

No se arrodilló ante nadie. Libre, sin dueño, capaz de decirle la verdad en la cara al poder aunque le costara la vida. Patrono de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, su voz sigue resonando más de dos mil años después. Esta es la historia del hombre que prefirió perder la cabeza antes que vender su conciencia.

Aprendamos del pasado11/08/2025Redacción Realidad CatamarcaRedacción Realidad Catamarca

Empresa Fúnebre Viviana Nieto

San Juan Bautista Libertad

¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por no traicionar tu verdad? ¿Perder todo? ¿Incluso la cabeza? San Juan Bautista lo hizo. Y ganó algo que ningún poder es capaz decomprar: libertad.

En una época podrida de corrupción política y religiosa, donde el poder se usaba para someter al pueblo, apareció un hombre que no se arrodilló. No tuvo cargos. No tuvo nada, salvo una verdad. Ese hombre fue San Juan Bautista.

Su figura no es solo parte de la historia sagrada, en San Fernando del Valle de Catamarca es patrono de la ciudad, celebrado cada 24 de junio con procesiones y misas solemnes. Mientras la provincia honra como patrona a Nuestra Señora del Valle, la capital recuerda al hombre libre que pagó con su vida por no traicionar la verdad.

Juan no predicó en templos ni buscó aprobación en palacios. Se fue al desierto, lejos de todo. Y ahí, en medio de la nada, gritó: “Arrepiéntanse. Cambien. El Reino está cerca.” El desierto no es solo un lugar físico. Es el estado en el que no hay muros ni lujos que te protejan, donde todo lo superfluo cae. Juan eligió ese lugar para ser intocable. Vestía piel de camello, comía langostas y miel silvestre. No tenía nada. Y por eso era libre de todo. Su vida era un manifiesto, no podían comprarlo, no podían amenazarlo con quitarle lo que no tenía.

Podía haber vivido cómodo, era hijo de un sacerdote importante. En vez de eso, eligió la austeridad total. Entendió que cada comodidad comprada con silencio es una cadena nueva. No buscó poder, no buscó favores, no buscó protección. Rechazó todo privilegio porque sabía que quien depende de ellos nunca es libre. Por eso, cuando habló, su voz tenía un peso que ningún rey podía igualar, no le debía nada a nadie.

Las madres de Juan y Jesús, Isabel y María, eran parientes. El Evangelio cuenta que cuando María visitó a Isabel embarazada, “el niño saltó de alegría en el vientre” de Isabel. Ese niño era Juan. Antes de nacer ya estaba reaccionando a la presencia de Cristo. Y luego fue él, ese primo austero y libre, quien preparó el camino del Mesías, no desde un templo sino desde el desierto.

El momento más filoso de su vida fue cuando denunció a Herodes Antipas, gobernador de Galilea. Herodes se había divorciado para casarse con Herodías, la mujer de su hermano. Juan lo expuso públicamente: “No te es lícito tener la mujer de tu hermano.” Era más que un sermón moral. Era una acusación directa contra el poder político corrupto. El Evangelio dice que Herodes temía a Juan porque sabía que era un hombre justo. El tirano le tenía miedo a un predicador del desierto. Y no solo la Biblia lo dice. El historiador judío Flavio Josefo, escribió que Herodes lo mandó matar porque temía que la influencia de Juan sobre el pueblo pudiera provocar una rebelión. Juan era una amenaza política real. No lo mataron por hablar del cielo, lo mataron por desnudar la podredumbre de la tierra.

El acto que lo hizo famoso no era solo espiritual. En tiempos donde el perdón se buscaba en el Templo de Jerusalén, controlado por la élite religiosa, Juan ofrecía bautismo libre en el río Jordán. Juan no inventó el agua como rito. Lo que hizo fue dinamitar el sistema que la controlaba. Sacó la purificación de las manos del Templo, la llevó al río y la volvió un acto libre. Cada persona que bajaba al Jordán estaba rompiendo con siglos de control religioso y diciendo: “mi conciencia no le pertenece al poder.” Ese bautismo era un grito silencioso: “No necesitamos sus templos ni sus sacrificios. Necesitamos verdad.” Cada cuerpo sumergido era un acto de independencia frente al sistema.

Juan no solo criticaba a los gobernantes. Cuando la gente le preguntó “¿qué debemos hacer?”, respondió con órdenes claras, no cobrar más de lo establecido a los que recaudaban impuestos, no extorsionar a nadie y contentarse con el sueldo a los soldados. En pocas frases, atacó el egoísmo social, la corrupción fiscal y el abuso de autoridad.

La respuesta del poder fue brutal. Herodías, herida en su orgullo, buscó la ocasión para vengarse. En una fiesta, su hija Salomé bailó para Herodes, quien, cegado por la vanidad, le prometió cualquier cosa que pidiera. Ella, instruida por su madre, pidió la cabeza de Juan en una bandeja. En la cultura de la época, cortar la cabeza era la forma de eliminar la voz y la autoridad de una persona. Querían silenciarlo de la manera más literal posible. Dos mil años después, esa voz sigue gritando más fuerte que cualquier tirano.

Herodes mató su cuerpo, pero no pudo callar su mensaje. Y esa es la victoria, no haber negociado un solo milímetro de verdad aunque el costo fuera todo.

Todos tenemos un Herodes enfrente. El político que compra tu silencio. El miedo a incomodar. La enseñanza de Juan es clara, si no te vendés, sos peligroso; si no dependés de privilegios, sos indestructible; si decís la verdad aunque tiemble todo, sos libre aunque estés preso.

Hoy el desierto no es arena y calor. Es el ruido de redes, medios vendidos, un Estado que quiere ciudadanos obedientes. En medio de ese ruido hacen falta voces como la de Juan, libres, crudas, imposibles de comprar.

San Juan Bautista no fue diplomático ni “correcto”. Fue directo, filoso, incómodo. Y eso es lo que necesitamos hoy, gente que prefiera perderlo todo antes que traicionar la verdad. Ser libre no es hacer lo que quieras. Ser libre es no tener dueño. Es no vivir de rodillas ante ningún Herodes moderno, sea un sistema, un político o tu propio miedo.

Y entonces resuenan las palabras de Jesús cuando Juan ya estaba preso, encadenado, a punto de morir: “Entre los nacidos de mujer no se ha levantado uno mayor que Juan el Bautista.” (Mateo 11:11)

El poder le cortó la cabeza. Pero hasta Cristo mismo dejó claro que nadie pudo quitarle lo más grande que tenía, su libertad.

Juan gritó en el desierto y el mundo lo escuchó. Hoy el desierto es otro, pero la voz que falta es la tuya. ¿Vas a callarte o vas a ser esa voz que no se vende?

Empresa Fúnebre Viviana Nieto

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